Día 1
De Albacete a Alcaraz.
Amanece en casa de Ana. No queda pan, la noche anterior se había «volatilizado» al mismo ritmo que el espetec del anuncio de Casa Tarradellas; un pan buenísimo, un plato de albóndigas bañadas en una rica salsa de tomate casero y unas rodajas de jamón al corte ¿de verdad pensabas señorita Ana Belén que iba a sobrar alguna miga de pan? Aiiix que ilusa…
Un remordimiento de conciencia del mismo nivel que la ilusión por devolverle tanta hospitalidad, hizo que propusiera buscar algún bar cercano.
– A este desayuno invito yo. – le dije.
Desayunamos tranquilos, mientras terminaba el último vistazo a mis anotaciones, como ese estudiante, que relee sus apuntes antes de darlo todo frente a los exámenes de Septiembre. Lo mío no eran exámenes, pero sí el comienzo de una nueva aventura alforjera.
– ¿Cuánto le debo señor? Besos y despedidas, – cuando pases por Cádiz allí tienes tu casa, vuelve cuando quieras, nos volveremos a ver, claro, no lo dudes– Frases que se repiten una y otra vez, y que no puedes más que forzar una amarga sonrisa, sabiendo que desafortunadamente solo volverás a encontrarte con un escaso 3% de aquellos amigos que tanta hospitalidad te ofrecieron. Un 3% que junto al 97% restante completan ese maravilloso circulo de personas que aun siendo uno un auténtico desconocido que se cuela en el buzón de su correo electrónico, buscando un buen cobijo y sobre todo , el calor humano y la ilusión por conocer sus aventuras y costumbres, me tratan como si fuera un amigo de toda y para toda la vida. ¿Llegará un cicloviajero a acostumbrarse en algún momento a estas amargas situaciones? Las de la despedidas me refiero.
Toca buscar la vía verde de Albacete a Alcaraz, pero no podría irme de Albacete sin despedirme de la explanada de su feria. ¿Y dónde comencé a rodar? Pues junto al «Pincho», lugar de encuentro oficial de todo albaceteño que va a comenzar su jornada ferial. Atrás quedarían viejos recuerdos de un pasado adolescente, aquel en el que mi desestructurada cabeza rondaba por otros menesteres mas allá de los cuchillos de la Roda y los numerosos puestos de artesanía de aquel lugar, recuerdos alegres y tristes de algunas décadas después, recuerdos endulzados por aquellos «Miguelitos» ese rico dulce de hojaldre y crema pastelera con el que casi cargo mis alforjas para el camino.
Por delante una gran vía verde recta bella y monótona a la vez; una pista marcada por la senda de las amapolas que se encontraban a ambos lados del camino junto a los carteles y balizas de la Ruta del Quijote. Como buena vía verde esa recta interminable pudo ser placentera, si no hubiese sido por el fuerte viento que azotaba la zona, adivinad… si exacto de cara, dicen que el orden de los factores no altera el producto, pero yo en ese momento, me acordé de la familia entera del científico matemático que dijera eso de la conmutatividad, sí, eso de que el orden de los factores no altera el producto, parece ser que yo no leí la letra pequeña donde decía «excepto si la vía verde va subiendo poco a poco y el viento da de cara» Ya hablaremos luego tú y yo de esto señor Pitágoras, señor Fermat Pierre o quien quiera que fuese al que se le ocurrió la dichosa frasecita.
El cielo gris y lloviznas cada cierto tiempo fue la tónica general de la jornada, pero eso lo sabía ya de antemano y aun así decidí comenzar con el viaje así que no tenía excusas, no, a estas alturas, ya no.
La gran recta daba por concluida en Balazote, donde me tomé un descanso merecido, y fotografié aquel monumento característico, la «Bicha de Balazote», una pequeña talla labrada en piedra caliza y con varios siglos a sus espaldas, bueno lo cierto era que aquella tan solo era una representación de la auténtica que databa del s VI a.c, fuera del año que fuese, lo cierto es que aquella síntesis entre el animal y el hombre , con cuerpo de toro y rostro de hombre barbudo se las había apañado para aliarse con una racha de viento y tirar a mi pequeña compañera, al joven Yoda y todo el equipaje al suelo. Fruto de aquella frustración y siguiendo al pie de la letra su cometido, aquel monumento, símbolo de vida para los difuntos y del custodio de las almas y protección de las influencias maléficas, se encargaría de mandar al otro lado mi más querido y aliado objeto de ruta, mi espejo retrovisor. Resulta curioso como algo que usaba para salvarme la vida y no acabar en camposanto, quedaría roto en dos por la burla de aquél animal mítico, fantástico y protector almas…
¿Y quién me protege ahora a mi de las almas rodantes del asfalto, quién?
No os preocupeis, la suerte corría de mi lado, aún quedaba suficiente vía verde para rodar tranquilos y de forma segura. Y suerte tuve de ello, ya que la lluvia volvería a aparecer y cada vez con mas fuerzas, chubascos intermitentes que descargaban en tí todo un manto de agua que duraba apenas algunos minutos, pero que te dejaban empapado para el resto de la jornada, de algunos pude evadirme, de otros no tanto… Visualizo una señal a un pueblo cercano, El Jardín, pregunto para alojarme y me señalan un pequeño hospedaje al otro lado de la calle. Entro en su garaje o «cochera» y me saluda Carlitos, con su triciclo, un chico de apenas 6 años que custodiaría mi bicicleta a cambio de un par de galletas Príncipe – Carlos si me la cuidas bien, luego te doy más- dejé la bici y el paquete de galletas sobre las alforjas mientras preguntaba en la barra de aquel bar con habitaciones.
Desafortunadamente no ofrecían alojamiento, según contaban una de las habitaciones había sufrido un incendio y desde entonces no dan hospedaje, cosa que me extrañó y más cuando me tuvieron más de media hora esperando a que la señora le diera respuesta a quién me atendió, eso sí al menos me cobraría más barato el zumo de piña que consumí en la espera, o eso me dijo ella… ¿Preguntarle si me deja acampar en la cochera? ni la lluvia reblandecería a aquella señora. – «Siga usted su camino, hay otro pueblo a unos 12 km»
Finalmente, sin habitación, empapado hasta los huesos y con el paquete de galletas, casi fulminado por Carlitos y su particular interés al 2,7 TAE por haberme excedido en el tiempo contratado por el servicio de vigilancia…
Probaré en el siguiente pueblo, no tampoco… seguía lloviendo y las casas abandonadas de la vía no me daban confianza como para tirar la tienda, pintadas ,escombreras, colchones quemados convertidos en polvorines.
Con la tregua de la lluvia y el paso algún que otro túnel autoiluminado, llegué al fín a Alcaraz,donde me colaría bajo la persiana a medio cerrar de un Autoservicio, con un típico «Habéis cerrado ya? Dos cositas y salgo rápido lo prometo- me dejarían pasar a pesar de todo, cosa que agradeceré para el resto de mi vida. Después de tanto trote y tanta agua, ¿quien se acuesta sin ducharse y en el suelo? No, esta vez no, esta vez necesitaba un buen colchón y una ducha reparadora, cai pronto rendido, dejando en la lista de quehaceres la visita a la Plaza Mayor, La casa de los Galino y la Torre del Tardón, que brevemente había visionado en la búsqueda del alojamiento.
Y bueno eso es todo amigos, día duro sí, pero recuerda, ante las adversidades fortaleza, que lo mejor está aún por llegar.
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