Jueves 23 de Febrero.
La Línea de la Concepción, un histórico buque de alto bordo hace escala en aclamado puerto deportivo Alcaidesa Marina. Una réplica de la Nao Victoria atracaría durante los próximos días para disfrute del público y orgullo del mismo Puerto.
A bordo se encontraba una renovada tripulación capaz de gobernar sin vacilar aquella singular réplica propiedad de la Fundación Nao Victoria, un renovado grupo de marineros voluntarios que en pleno sXXI y siete siglos después, se atreverían a seguir el heroico ejemplo de aquellos 18 marineros, aquellos que lograron sobrevivir a la hazaña de ser el primer buque en realizar la primera circunvalación al globo bajo las órdenes del ,guetarense capitán, Juan Sebastián Elcano.
Domingo 26 de Febrero
Una visita concertada nos daría la oportunidad de subirnos a bordo de la Nao y conocer más a fondo cada uno de los rincones del mítico navío. 18 serían nuevamente los grumetes que embarcaron aquella mañana soleada de invierno, 18 grumetes pertenecientes al Real Club Náutico de la Línea, que por un momento dejarían sus pequeñas embarcaciones a vela para descubrir los secretos del citado navío. Marcus, voluntario italiano de la Nao, fue el elegido para guiar a su pequeña tripulación y hacer volar la imaginación de lo más pequeños, disfrutando éstos, de cada una de las explicaciones y recovecos que Marcus les mostraba.
Miércoles 1 de Marzo
12 de la mañana, tocaba zarpar, un tiempo soleado y una escasa brisa que auguraba una travesía tranquila con destino a Puerto Sherry, su puerto base. A bordo 11 tripulantes entre los que, gracias a Alcaidesa Marina, nos encontrábamos Miguel y yo – Hasta última hora no pudimos salir de nuestro asombro con aquella invitación, sería necesario ver aquella embarcación soltar amarras y alejarse lentamente del pantalán donde se encontraba atracada para comprobar que no era un sueño sino una realidad clara y evidente. Poco a poco nos íbamos alejando, dejando atrás los espigones del puerto y el gran peñón gibraltareño. Mar adentro el Contramaestre nos reunió a todos y tras las presentaciones de las últimas incorporaciones, nos repartió los grupos de guardia y los roles de cada uno.
Poco a poco iban pasando las millas y las horas a bordo, un mar tranquilo sin viento y liso solo perturbado por los surcos que la proa del barco iba abriendo a nuestro paso, dejando una estela que poco duraría en el mar pero mucho en nuestro recuerdo. Nuestra hora llegó y al dar comienzo nuestra guardia, nos subimos al puente y desde lo alto gobernamos los 28 metros de eslora, en nuestras manos siete siglos de historia, en nuestros manos aquel gran timón de codaste al rumbo guiado y marcado por las órdenes del capitán – Rumbo de aguja 275- A la orden caigo 5 grados a babor mi capitán-.
El sueño se iba haciendo poco a poco realidad y aunque el viento iba arreciando, no nos daba todavía la oportunidad de desplegar velas, no pudiendo recitar el mítico verso de Espronceda, «Viento en popa a toda vela..» ya que la dirección del viento no estaba de nuestro lado, pero aún así, no nos importaba, porque a pesar del lento empuje del motor, aquello era el sueño de cualquier amante del recuerdo y de la Navegación.
A nuestro babor el continente africano a estribor la costa gaditana, un estrecho que aún daba muestra de su fortaleza estratégica y que poco nos dejaba avanzar, como si no quisiera que llegásemos a nuestro destino, como si no quisiera que pasaramos más allá de la costa Tarifeña, aquel cabo donde el Océano Atlántico se funde con las aguas del Mar Mediterráneo y los atunes juegan a sus anchas, aquel estrecho que peleaba contra nosotros ofreciendo como defensa una fuerte corriente que nos obligaba a navegar a poco más un nudo de velocidad, llegando incluso a pensar que aquel navío pudiese retroceder más que avanzar. El capitán daría la acertada orden de caer algunos grados más con el fín de evitar la fuerte corriente, acertada decisión, ¿acaso lo íbamos a dudar?
La costa atlántica nos iba marcando el camino a través de los distintos faros que recorren su costa desde Punta Carnero a Trafalgar, pasando por Camarinal y algún que otro más, faros que harían desenterrar los viejos recuerdos de mis pasos alforjeros juntos a ellos. Faros que aún dormían pues la luz del sol aún iluminaba frente a ellos. La tripulación repartida a lo largo de la cubierta repasaba sus labores, apuntando rumbo, velocidad del viento, estado de la mar y de la atmósfera, comprobando motores o incluso en mi caso enseñando y repasando los nudos básicos con un compañero de la tripulación. Muchas son las horas que transcurrieron a lo largo de aquella costa, miles de conversaciones que laurean a aquellos marineros de antaño, aquellos que se hicieron a la mar, sin sofisticados aparatos electrónicos, tan solo guiados por viejas cartas marinas, sextantes y cálculos con sus compases y conocimientos astrológicos, compadeciendo a aquellos que se embarcaron a bordo de esta nave en un viaje sin fechas de retorno, donde el único empuje era el de las velas y el único alimento el de capturadas pescas que permanecían sazonadas a la espera de ser usadas como único medio de alimentación.
Poco a poco el gran astro se iría despidiendo y aprovechando que nuestra guardia había finalizado, nos apostamos sobre la banda de babor disfrutando de uno de los atardeceres más bellos que jamás había contemplado. Si ya es único desde la costa, imaginaros desde el mismo mar, contemplar como la luz se pierde en ese recto horizonte mientras los tonos cálidos y anaranjados van realzando el contraste del cielo con el mar.
Y el sol se despidió y la oscuridad se alzó sobre nosotros, un viejo y restaurado navío que viajaba rumbo al Puerto de Santa María, dejando a su paso el reflejo de las luces rojas y verdes sobre las aguas, iluminado por una casi inexistente luna,pero sí por todo. un inimaginable manto de estrellas, un cielo que dejaría ver cada una de las constelaciones que alcanzamos a identificar. – Esa debe de ser la osa mayor- Ese debe de ser el carro. Algunos compañeros ya dormían en sus catres de la bodega de proa. Nosotros en cambio nos costaba despedirnos de aquel espectáculo que se representaba ante nosotros.
Pero el cúmulo de horas navegadas pudo más que nosotros y al recordar que nuestro turno comenzaba nuevamente a las 4 de la mañana decidimos retirarnos, no sin antes desearles buena noche a quien se quedaba en cubierta al gobierno del timón.
Una cuna grande, así describiría los movimientos que el cabeceo y el balanceo de las olas, transmitían al barco y mi descanso, ni el crujir de las viejas maderas ni el sonido del romper de las olas pudo superar esa sensación que me llevaba más de 31 años atrás donde el balanceo de una cuna o los brazos de mi madre mecían mi cuerpo hasta el profundo sueño de un bebé.
Alcanzarán las 4 de la mañana cuando nuestro descanso tendría que finalizar y volver a nuestras labores, dándole así el merecido relevo y descanso a quien a nuestro rumbo nos había guiado. Fue subir a cubierta y comprobar una costa reconocida e iluminada, a nuestro estribor una patrullera de la Guardia Civil, tan solo venía a saludarnos, y vernos de cerca en la oscuridad de la noche, un puente iluminado y un perfil conocido delataría la situación del navío, habíamos llegado a la Bahía de Cádiz, aquel puente de la Pepa iluminado y el continuo vaivén de los focos de los coches lo corroboraron.- Ya estamos en Cádiz! – sí me confirmó el contramaestre.- ¡Mi tierra a la vista! a pesar de la lejanía y aun dormida y escasamente iluminada el perfil de mi querida villa de Rota no podía pasar desapercibido.
05,30 de madrugada, el capitán daría entonces la orden de virar y Cádiz se iría quedando atrás, el faro de Puerto Sherry iluminaba nuestro paso, el centro de Tecnificación de Vela, se presentaba frente a nosotros desde otro punto de vista, esta vez no lo contemplaba a bordo de una neumática y con pequeños Optimist navegando frente a mí, sino más bien, a bordo de la gran Nao Victoria. La gran travesía iría llegando a su fín ,todos a sus puestos! ballestrinque a las defensas y a tirarlas por estribor – ¡baliza roja a hora y media!- ¡Reduciendo máquinas!- ¡Verde a una hora! – Ir preparando los cabos de atraque! Quitar los As de guía que no hay Norays sino aros!- cuatro a proa y otros cuatro a popa!- Ir preparando los spring y los largos de proa y popa! – pantalán de espera a 0,27 millas capitán.- Vamos más rápido lo quiero.- salta a puerto!- las defensas se oprimían entre el cemento del puerto y las viejas maderas, ¿ese cabo de proa!?- Lo tengo! Fijo de Proa- Listo en popa! Cobrar los spring. Apagando el motor. Buen trabajo chicos.
Abrazos y despedidas, nuevamente dos dígitos que se repetirían, 18 serían los que superarian la antaña hazaña, 18 lo grumetes que visitaron aquel navío atracado en puerto, 18 serían las horas que aquella travesía durara, 18 horas que sin duda permanecerán en mi recuerdo no solo 18 años más sino para el resto de mi vida.
Y hasta aquí todo. Gracias a la Fundación Nao Victoria, Alcaidesa Marina y mis compañeros del Real Club Náutico de la Línea, por darme la oportunidad de vivir esta gran aventura.
Indescriptible sensación volver a recordar esta travesía, vellos de punta y añoranza de sol en la mar y relente con olor a sal. Me reencuentro con la afición que me enganchó hace tantos años y que hemos compartido durante tantos buenos momentos. Gracias por acordarte de mi e impedir que me desenganche de esta locura de navegar!!
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