Asturias quedaría atrás como un recuerdo presente, por delante una Galicia profunda por descubrir, una etapa hasta Gontán con un desvío especial. Un desvío que a pesar de no estar en nuestra ruta trazada, no podríamos pasar de largo, un cercano lugar que escondía una magia espectacular y bien podría desviarse la ruta del camino de Santiago con el fín de pasar por este preciado lugar.
Una visita a la que dicen ser la cuarta playa más bonita de Europa y que al igual que con los bufones la marea se pondría de nuestro lado para poder disfrutarla, ¿quién dice que no? Llegamos según lo previsto a la citada maravilla natural, las playas rocosas colindantes, Castros, Estero nos iban avanzando lo que nos esperaba por descubrir. Y llegó el momento, bicis atadas a un póster informativo y a bajar por aquella húmeda escalera a nivel del mar. Un paseo por aquel lugar mágico donde la naturaleza día tras día, década tras década y siglo tras siglo ha ido tallando a su antojo cada una de las cavidades de este paraíso natural. Un lugar donde perderse y relajarse con el sonido de las olas y los sentimientos que te transmiten sus arcos de más de 30 metros e infinidad de grietas y cuevas de pizarra y esquisto erosionado. ¿Cómo no merecer ese nombre de Playa de las Catedrales con el que se conoce a este lugar popularmente, a pesar de llamarse Playa de Aguas Santas?
Pero tocó despedirse de la praia das Catedrais y rodar de nuevo. Un rodar que pronto se vería afectado por la pesca de un ejemplar gaditano, no, no me refiero a un salmonete ni ninguna urta, sino a que un ejemplar de cubierta cicloviajera mordería el anzuelo oxidado de algún pescador imprudente. Solventar el problema nos llevaría un buen rato, ya que la reparación se vio complicada por el tubelizado de las nuevas ruedas de mi padre. Un tubelizado que nos haría reconfirmar que este tipo tan «pro» no es tan amigo del cicloviajero. Finalmente tras un buen rato en aquel taller improvisado junto al compresor de aire, optaríamos por cambiar la válvula e ir sobre seguro, poniéndole cámara nueva. Todo reparado y a pedalear hasta poder tomar la Nacional que nos haría llegar a la catedral de Lourenzá, catedral que según nos contaron serviría de prueba y boceto a modo de gran maqueta para la Catedral de Santiago.
De nuevo adiós a la carretera y saludos al monte gallego. Por delante un duro ascenso que nos llevaría, con heroico esfuerzo, desde Mondoñedo hasta el pequeño pueblo de Abadín, donde decidimos descansar para afrontar con fuerzas la etapa del día siguiente.
P.D. Doy las gracias a la Carol, la documentalista entregada, por avisarme que pasara por esta famosa playa de las Catedrales y que incluso se molestó en buscarme los horarios de marea y todo lo necesario para que nosotros solo tuviéramos que disfrutarlo.
Belleza natural,donde las haya, Playa de las Catedrales.
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